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Creo que no es casualidad que el nombre de esta experiencia emocional coincida con la designación de la reacción fisiológica de una persona ante un trauma físico. Así como una fractura de rodilla o de brazo va acompañada de dolor físico, una lesión infligida a uno mismo está marcada por dolor mental. Además, el dolor ocurre en un momento en el que el trauma mental resultante es muy significativo y (o) repentino y no puede experimentarse mediante la actualización de ningún otro sentimiento o emoción (por ejemplo, ira, ira, vergüenza, culpa, etc.). El dolor, en mi opinión, no es tanto una emoción separada como un fenómeno emocional complejo. Es decir, actúa como una manifestación emocional secundaria, derivada del manejo de emociones y sentimientos simples. El dolor ocurre como resultado de mantener los sentimientos dentro de los límites del yo. Al mismo tiempo, la agresión de los sentimientos retenidos como resultado de la inversión autista crea una presión extremadamente fuerte sobre uno mismo, que después de un tiempo se ve inundado de afectos indiferenciados [1]. El estrés mental se vuelve tan fuerte que está al borde de lo insoportable. Además, cuanto más fuerte es la tensión, más difícil es el proceso de toma de conciencia de los sentimientos que la forman. Así, el círculo vicioso se cierra, formándose un malestar crónico extremadamente severo, que se denomina dolor mental. El dolor paraliza el contacto y todos los fenómenos derivados de él, incluido el yo. Cualquier manifestación vital se desvanece, ya que toda la excitación psíquica que surge es absorbida por el embudo formado por un ciclo dinámico cerrado de dolor. Quizás por eso el fenómeno del dolor suele ir acompañado de una pérdida de conciencia de las perspectivas de futuro, de la capacidad de regocijarse y recibir placer, de apatía y de un sentimiento de desesperanza; este último puede encontrarse compitiendo con el deseo de vivir. Creo que este es uno de los factores que determina el significado y el papel del dolor mental en la fenomenología y dinámica de la depresión y la conducta suicida. Para completar el análisis del fenómeno del dolor mental, cabe señalar que surge como consecuencia de. retener no sólo (y quizás no tanto) sentimientos “negativos” (ira, rabia, tristeza, culpa, etc.), sino también “positivos” (ternura, amor, placer, etc.). Además, la inversión de la agresión en ternura y amor, por ejemplo, puede tener un efecto más patógeno [2]. El dolor que provoca el bloqueo de estas manifestaciones emocionales se experimenta mucho más difícil, ya que afecta a los elementos más arcaicos del yo. La experiencia psicoterapéutica sugiere que cuanto más temprano los sentimientos (más precisamente, su bloqueo) forman el dolor, más profundos son los trastornos mentales relacionados con él y peor es el pronóstico terapéutico. La estrategia terapéutica en el trabajo con el dolor mental se desprende claramente de la fenomenología descrita. Lo primordial es situar el dolor en el límite del contacto, lo que permite restablecer los derechos y funciones del proceso de vivencia. Si resulta posible comunicar personalmente su dolor a otra persona, entonces en ese momento el dolor resulta soportable (“si el dolor no destruyó al terapeuta, entonces puedo sobrevivir”). Este punto marca el comienzo de un proceso de experiencia en el que el dolor en su forma pura puede no estar presente por mucho tiempo. Pronto se descubrirá que detrás del dolor hay algún otro sentimiento, que también se puede experimentar en contacto con otra persona. Así, la psicoterapia para el dolor mental resulta similar a limpiar los “establos de Augías”, durante la cual el cliente libera una excitación significativa que estaba bloqueada hasta ese momento, aparecen los deseos y se restablece la capacidad de disfrutar de la vida. Se restablece la vitalidad, recuperando el yo de la muerte. [1] La inversión de la agresión de los sentimientos retenidos paraliza la dinámica mental en el límite del contacto. Y dado que es en el límite del contacto donde se realiza la función de conciencia y marcación de la excitación que surge en el contacto, entonces las manifestaciones emocionales retenidas.